Historia
Obra del arquitecto argentino Arturo Dubourg el hotel L'Auberge, es un clásico del panorama esteño desde hace 75 años. Los llevamos a conocer su pasado y su presente.
10 de enero de 2025
"Para mi padre, L'Auberge fue siempre una obra emblemática, le tenía especial cariño", nos cuenta Julián Dubourg. "Una anécdota que le encantaba contarnos era que, en el verano de 1943, Oscar Cademartori (desarrollador junto con Pascual Gattas del Barrio Parque del Golf donde está el hotel y un verdadero mentor para él) lo invitó a Punta del Este para ver esas tierras... ¡a caballo y con machete en mano!"
Vista del hotel L'Auberge a fines de los años 40, con la torre, el salón de té y sus primeras 10 habitaciones. En 1962 se haría el anexo con la primera ampliación.
El proyecto de Gattás y Cademartori estaba entre las (entonces desoladas) paradas 10 y 30 de la Playa Brava, donde ya imaginaban claramente un enclave de fabulosos chalets rodeados de verde cerca de las olas más intrépidas de la Península, y para ello llamaron al arquitecto Dubourg como asociado. Naturalmente, el primer paso para que su urbanización prosperara era solucionar el abastecimiento de agua potable: así nació la emblemática torre ladrillera de estilo normando, que se terminó en 1948.
Plano con anotaciones del arq. Dubourg, que compartió su hijo Julián. El doblez central coincide con la ubicación del hotel.
El arquitecto de "medio Punta del Este"
Arturo Dubourg -que también dejó su sello en el Hotel Claridge, el edificio Sudamérica (en Cerrito y Posadas) y la actual sede de INDEC (ex Ministerio de Trabajo)- trabajó extensamente en Punta del Este, empezando por este barrio, donde construyó decenas de chalets, muchos de estilo normando (por el que tenía debilidad) y es el mismo que aplicó en L'Auberge. Conservando características específicas como el basamento de piedra (en este caso, ladrillo) continuado por frentes con armadura de madera y ventanas protegidas por techos a dos aguas, las adaptó a las modalidades constructivas de estas orillas.
El boceto firmado por Arturo Dubourg y la Torre en obra son imágenes tomadas del libro publicado por L'Auberge con motivo de su 75° aniversario.
La torre del hotel L'Auberge, que dotó el agua potable hasta 1960, se convirtió en una de las postales emblemáticas del horizonte esteño.
Paisaje tupido, césped impecable y los anexos en el mismo estilo normando de la primera etapa. Las ventanas en la torre señalan las codiciadas habitaciones con vista panorámica, que se estrenaron en 1980.
Costumbres deliciosas
En los días nublados, cuando el viento sopla fuerte, si llueve (se pueden agregar todas las excusas que quieran), el té en L'Auberge es un programa clásico. En hotel reconocen a muchos niños que hoy son padres jóvenes llevando a sus hijos a tener su misma experiencia, que incluye el uso del jardín y el acceso (por escalera o ascensor) a la torre de 45 metros de altura.
Ayer y hoy. Conservando una tranquilizadora continuidad, el comedor tuvo pocos cambios más allá de la pintura de los ladrillos y mesas más cómodas y modernas.
La primera propietaria del hotel fue Marguerite Jouveneau, de origen belga, que trajo consigo la costumbre de los waffles, típica de su país.
Al principio sólo se servían los waffles belgas con miel, pero de a poco, y por suerte, se fue ampliando el espectro.
Las waffleras que llegaron desde Bélgica siguen intactas, se usan todos los días a la vista del público y la receta, aseguran en el hotel, es un secreto que guardan bajo siete llaves.
Juan Araujo, el primer wafflero, trabajó en L'Auberge 45 años; luego vino Wilder Charbonnier (foto), que se jublió en 2021 después de 13 años en el hotel. Hoy, Noelia Urrutia está al mando de las waffleras.
Aldo Giovinetti
Puertas adentro
Cuando Marguerite Jouveneau quedó viuda y ya no quiso hacerse cargo del hotel, se lo vendió a Víctor Chaquiriand, un empresario de origen armenio que llegó a Uruguay escapando de la guerra. A su tiempo, legó en su hija, Cristina Chaquiriand de Carrera, la gestión de L'Auberge, que hoy detenta su nieto, Ignacio Carrera. "Con el tiempo, L'Auberge sumó más habitaciones. A las 10 iniciales se fueron sumando plazas en un predio anexo con grandes dimensiones y comodidades, como jacuzzi y losa radiante. Por último, se hicieron más en la torre, para llegar a las 36 actuales", detalla. Y agrega que, para celebrar los 75 años editaron un libro que repasa buena parte de su historia.
Una de las habitaciones en la Torre, con estilo campestre.
Las pequeñas habitaciones en altura que se proyectaron en su interior son un imán para propios y ajenos, una de las atracciones del hotel desde donde se disfrutan visuales panorámicas a la playa y el golf. "Hasta se ve La Barra desde el gimnasio ubicado en el último piso", comenta Ignacio. Y confiesa que la idea de ubicar ahí los aparatos de entrenamiento fue el recurso que encontraron para reemplazar al bar que se instaló cuando la torre quedó obsoleta.
Elegancia con suma calidez y personalidad única en cada habitación.
Dentro del hotel, se impone el estilo campestre con un toque francés. Sillones y mobiliario de época conviven con obras de arte. Hay cuadros de los artistas uruguayos Pablo Atchugarry, Pedro Figari, Juan Storm y Ricardo Pascale distribuidas en los lugares comunes: salón de té y salas de reuniones y de lectura, entre otros. "Mi mamá es fanática de la decoración y tiene muy buen gusto. Estuvo acompañada por Odile Caubarrere y ahora contribuye con sus aportes la interiorista Carolina Aguiar, que respetó el estilo clásico, el mobiliario de madera y las arañas colgantes".
Vista de uno de los espacios comunes.
"Para la renovación de las áreas comunes se involucró uno de los clientes más asiduos, el arquitecto brasileño Zeca Amaral", señala Ignacio con satisfacción. "Es mi segunda casa, vamos y venimos desde Montevideo con mi familia", subraya. La historia de una torre de agua frente al mar y la receta secreta de los waffles belgas ya forman parte del legado que le dejará a sus tres hijos de 5, 7 y 10 años. "Todavía les falta, por ahora disfrutan el parque, la pileta y, por supuesto, los waffles".
El espectáculo de la torre iluminada, desde el jardín.
Por Vivian Urfeig y Inés Marini
Fuente: La Nación