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Después de 163 años y mucha insistencia por comprarla, la casa construida en 1820 pasó a manos de la familia Flores Perazzone. En 2008, tras las reformas, la habilitaron como alojamiento boutique único en Seclantás.
18 de mayo de 2023
La historia se remonta a 1969. Estela Perazzone, cordobesa, maestra y asistente social, conoce a Justo Alejandro Flores, un médico salteño. Se enamoran a pesar de la distancia que había entre las capitales de sus respectivas provincias. En 1974, a Justo le ofrecen un puesto como médico zonal en los Valles Calchaquíes, en Seclantás, a casi cuatro horas de la ciudad de Salta. Él quería ese puesto y también quería a Estela; le propone casamiento, a ella que nunca había ido a Salta, pero que estaba lo suficientemente enamorada como para dejarlo todo. El 1 de marzo de 1974, Estela y Justo se casan en Córdoba y, luego de la ceremonia, el médico parte hacia el norte. Se veían intermitentemente en los viajes que Estela hacía a Seclantás, cuando en aquel lugar, la poca luz que había se cortaba a las 12 de la noche y tenían que prender lámparas y heladeras a kerosene.
Estela Perazzone, asistente social y maestra.
Jade Sivori
Estela iba y venía de Córdoba a Seclantás porque tenía dos cargos laborales. Nacieron Martín, Carolina y Valeria Flores Perazzone. Los dos primeros en Córdoba, porque ella sólo quería atenderse con su médico, Mercado Luna. El 1 de mayo de 1975, ella viaja a Seclantás con su primer hijo recién nacido en brazos, cuando él la recibe le dice, "te alquilé una casa hermosa". Estela se muda a Seclantás y solo vuelve a Córdoba para el nacimiento de la segunda hija. En ese entonces, la hermosa casa, la enorme casa con once habitaciones, pertenecía al matrimonio de Laura Díaz, dueña original de la propiedad, y Juan Paulino Echazu.
El Capricho
Jade Sivori
En el año 1989 Justo consigue, después de haberla alquilado durante años, que Juan Paulino Echazu le venda la propiedad donde hacía tiempo se reunían médicos, llegaban amigos, se juntaba la familia Flores Perazzone los fines de semana porque, en aquel entonces, ya vivían en Chicoana. En 2008, Carolina, la segunda hija del matrimonio, impulsa el proyecto de abrir allí un hospedaje. Hoy, El Capricho, enclavada en un paisaje único, es uno de los lugares más bonitos para alojarse en el recorrido salteño del Valle Calchaquí.
María trabaja en El Capricho y es, junto con Carolina, una de las anfitrionas.
Jade Sivori
Una casa con historia
Laura Díaz, dueña de la casa -prima y pariente de los Díaz, familia pionera de Seclantás- tenía 50 años y no se había casado. En aquella época, no haberse casado a los 50 era motivo de rumor. Juan Paulino Echazu, comerciante, vendedor de tejidos, de hilados, y de todo lo que encontraba y le parecía que se podía vender, llegaba seguido a Seclantás desde Catamarca. "Acá nosotros nos comunicamos mucho con los catamarqueños por los cerros, seguimos una misma línea, por la ruta 40. Entonces venía por ese camino y siempre caía acá, en Seclantás, y era un tipo lindo, bien parecido, tipo caudillo...", evoca Estela. Laura, una figura importante en el pueblo -en la época del cólera, las habitaciones de su casa se habían usado como hospital de campaña-, se casa con Juan. Pero dicen que ella tenía salud frágil y al poco tiempo fallece.
Gran algarrobo centenario en el patio de la casa construida en 1820.
Jade Sivori
Promesas son promesas
La primera vivienda que tuvieron Justo y Estela, cuando a él le salió el puesto de médico zonal en el pueblo de Seclantás, fue la estación sanitaria. La gran casa estaba ocupada por Laura Díaz y Juan Paulino Echazu, sus propietarios. Cuando Laura muere, Juan vuelve a casarse en segundas nupcias con una muchacha de nombre Isabelita. Se mudan a otra parte, y Justo Flores consigue tomar la casa en alquiler. "Pero no todo la casa, o sea, sí el patio y la cocina porque eran parte del combo: vos tenías que cruzarte sí o sí por el patio". La familia Flores Perazzone se muda al lugar anhelado. "Mi papá le insistía que se la venda, que se la venda porque no vivían, todas las otras habitaciones estaban cerradas y tenían hasta muebles. Entonces, venían de vez en cuando, sacaban algo... como don Juan vendía cosas, a veces guardaban acá". Un día, Justo le hizo prometer a Juan que en el momento en que decidiera vender la casa, se la ofrecería a él antes que a nadie. Tarde pero seguro, don Juan cumplió la promesa. Firmó la escritura en 1987, días antes de su muerte o, así cuentan, en el mismo lecho de muerte. La familia Flores Perazzone, que en aquella época vivía en Chicoana, había comprado la casa centenaria.
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"La casa es patrimonio cultural, es anterior a la misma iglesia, su arquitectura es mezcla de colonial y antigua", dice Carolina. Elegante, construida en adobe con cabreadas que soportan un cañizo tejido, techos altos, vigas y puertas de roble, paredes bermellón y ocre. Tiene una galería con pisos de laja y silloncitos para sentarse a tomar mate o copa de vino frente al cordón montañoso calchaquí. Mantiene la estructura original, aunque un ala se hizo completamente nueva, tiene un hogar a leña en la sala principal, sillones y una biblioteca. En donde está la recepción, Laura Díaz tenía su costurero y, cruzando el patio, hay un oratorio que perteneció a la misma familia, y un jardín con el gran algarrobo y cactus florecidos.
María en la gran galería de la casa centenaria.
Jade Sivori
"Mi papá la empezó a arreglar de a poco, venían en las vacaciones, los fines de semana. Y después, bueno, ya éramos más adolescentes nosotros, fuimos perfilándonos, mi hermano se fue a estudiar medicina a Córdoba, yo estudié Letras acá en Salta", dice Carolina que trabajó en la librería Yenny durante varios años. A los 57 años muere su padre. "Él arregla, arregla, arregla y en ese ínterin fallece". Justo Alejandro Flores muere veintiún días después que su madre, la abuela de Carolina. La casa que tanto había costado adquirir, estaba totalmente montada, pero sin habitantes. Estela, Carolina y Martín vivían en Salta y Valeria, Licenciada en Turismo, en Córdoba. "Cada uno con su obligación y nadie podía atenderla", dice Carolina.
El oratorio particular de la posada El Capricho.
En 2018, ella se había ido de la librería y había puesto un bar en el Museo de Bellas Artes. Pero la familia la tenía en la mira como la futura administradora de la hostería. Hoy, Carolina, madre de Anuar y Alejandro, está al frente del hospedaje. La casa tiene 6 habitaciones y una capacidad máxima de 17 plazas. Está a la vera de los cerros, rodeada de bellísimo paisaje y silencio. Muy cerca de ahí, las Cuevas de Acsibi, lugar imperdible para ir y conocer en una excursión de medio día.
El Capricho. Abrahan Cornejo S/N, Seclantás. T: (+54 3387) 483-6512.
Fuente: La Nación