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Con la materia de los sueños y el deseo
25 de febrero de 2023
Cada tanto ocurre que una autora casi secreta emerge desde el fondo del pasado y sorprende con un universo literario que estaba ahí, al alcance de todos, pero pocos conocían. Es el caso de la argentina Gloria Alcorta (Bayonne, 1915-Buenos Aires, 2012) y los cuentos reunidos en El hotel de la luna y otras imposturas, nueve historias hipnóticas que, lejos de la moral y el pudor, dejan a la vista la fragilidad del espíritu en cuerpos deseantes, de una sensualidad que electriza.
Lo primero que llama la atención es la libertad para imaginar tramas que se elevan sobre las convenciones de época para hundirse en los dilemas de seres contradictorios, falibles. Se ve, por ejemplo, en "El hotel de la luna (una noticia policial)", el primer cuento, que gira alrededor de la joven y bella Sebastiana. El personaje se desnuda como modelo para una pareja de artistas, pero se mantiene inocente para Iván, un aspirante a médico, pobre y de corazón noble que quiere casarse con ella. Parece una historia de amor, y tal vez lo sea, solo que la trama se desliza hacia el dinero y una traición que roza lo criminal. Algo similar ocurre en "Los Valentini", el relato de un juicio por falsificación, que en verdad habla de las relaciones familiares llenas de expectativas, convenciones, apariencias y pone en cuestión el arte y sus parámetros.
Más allá de que los dos relatos podrían calificarse de realistas, parecen hechos con la materia de los sueños o las pesadillas. En verdad, muchas de las historias de Alcorta no se conforman con esa lógica y alcanzan una literatura de umbral, siempre en la cuerda floja entre lo real y los otros mundos que coinciden con este. Así sucede con "La gran laguna", en que tres mujeres solas viven en las márgenes de un pueblo. Se dice que hacen brujería, pero la presencia de un desconocido va a transformar sus vidas. También en "El círculo" aparece el extrañamiento en un relato que lleva a una mujer hasta la playa, ida y vuelta a su casa, para descubrir algo de sí misma que se resistía a saber.
Al leer a Alcorta es fácil descubrir que Silvina Ocampo fue su maestra y mentora. Las dos eran mujeres aristocráticas, sí, pero sobre todo compartían un espíritu artístico capaz de mostrar con irreverencia la oscuridad del alma. En cuanto se conocieron en un viaje en barco de Francia a Buenos Aires entablaron una relación que ayudó a Alcorta en su escritura. No fue la única. Jorge Luis Borges la impulsó a publicar su primer poemario. En verdad, la vida de Alcorta es tan fascinante como su obra, como lo revela el prólogo al libro de Christian Kupchik.
Detrás de las historias resuena la tensión entre las apariencias y el deseo, el poder y el amor. Las de El hotel de la luna son narraciones que no admiten resistencia: se leen en caída libre hasta el final, con la perplejidad del misterio.
Fuente: La Nación