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1er. premio Certamen Historias de Hotel: "La masajista del Presidente"

Raquel Fatima Elais

12 de junio de 2025

El gerente del hotel me había prohibido trabajar ese fin de semana, sabía lo cholula que me ponía y como buen fanático politiquero, él no quería que ese traidor a la patria tuviera ningún servicio extra más que su habitación y el espacio para la conferencia, así que dispuso que el spa estaría cerrado ese fin de semana para el presidente de la República Argentina.

Yo moría de bronca. Sería tremendo hacerle un masaje al presidente más buen mozo de la historia y encima yo lo había declarado mí héroe, porque le había ganado a ese séquito de corruptos.

Ese año decidimos mudarnos a Purmamarca a una casita en el pueblito para hacer una prueba con un emprendimiento de mí marido, tendríamos unas llamas en el jardín para que los turistas se sacaran fotos y de paso vender sopas y guisos a los visitantes.

Lo cierto es que estábamos a seis cuadras del hotel donde trabajo y podía caminar hasta ahí sin mucho esfuerzo. Pero ese día mi esfuerzo consistía en no correr hasta el hotel para desatar mi más intenso fanatismo.

Llegó la mañana y todas las cuadras se habían convertido en un laberinto de vallas y controles policiales, fanáticos de los dos partidos políticos discutían a los gritos desde diferentes lados de la calle, banderas y pancartas colgaban de los cerros de colores convirtiendo al pueblo en un carnaval de una equivocada temporada.

Nos quedamos en la casa, ya que tratar de vender algo sería imposible y las llamas estarían inquietas. Nos dispusimos a chancletear sin sacarnos el pijama, a ver alguna película, o a hacer fiaca en la cama. De repente, a lo lejos y como aproximándose, escuchamos los "tracatraca" de las hélices de un helicóptero que volaba hacia el pueblo.

A los 30 minutos los ruidos del helicóptero cesaron y un estruendoso toc toc sonó en la puerta de nuestra casa. Asomándome por la mirilla logro vislumbrar a dos personajes de traje y corbata, uno de ellos pronunciando en forma susurrante por su radiocomando una frase como: "ya estamos en la dirección que nos indico ¿procedemos a trasladar al individuo?", mientras que el otro personaje me interpelaba desde el otro lado de la puerta, diciendo "¿es usted la masajista del presidente?".

Cuando te querés vestir rápido, todo sale mal, siempre parece que te sobra un botón de la camisa, o las putas medias no aparecen. Lo cierto es que salí, medio vestida de la casa y el golpe de luz del brillo de un sol implacablemente andino me dejó ciega por diez segundos, de a poco fui haciendo foco y me di cuenta de la locura que había afuera, un pasillo de guardaespaldas de traje y corbata me habilitaban espacio para que camine desde la puerta de la casa hasta una camioneta negra con sirena.

¡La velocidad del vehículo y la sirena a pleno aullido me dejaron más nerviosa que chancho pal matadero!

En el hotel me recibieron como si fuera alguien famoso, el pesado del gerente con mirada de culpa y derrota me pedía disculpas por la premura, parece que el presidente necesitaba con urgencia un masaje para su "mal de altura" y teníamos 15 minutos antes de su conferencia en vivo por cadena nacional.

Me hicieron entrar a la habitación del presidente, muy correcto, pero con su cara pálida, y una expresión de dolor; me miró, me saludó, ¡y me dijo "ayúdame!".

¡Su espalda era un fuego de tensiones!, (yo temblaba como papel ante la presión que ejercía sobre mi labor) en mis dos intentos de atacar su contractura desde diferentes ángulos, el presidente se sentía cada vez más tensionado e incómodo, la habilidad que desarrolle con tantos años era nula en ese momento. Tomándome un momento para pensar, le propuse hacerle Reiki, este sería el último intento y sabía que si no lograba calmarlo el resultado sería un desastre; solo quedaban siete minutos y tendría que salir a dar la cara, con expresión de incredulidad y resignado me miró y me dijo "Hace lo que tengas que hacer, ¡pero alíviame por favor... métele nomas!"

¡Temblando y con los nervios a mil! calenté mis manos, me concentré con toda mí energía y le impuse las manos encima de la nuca, en un minuto el presidente estaba roncando. La sensación en ese momento de alivio fue indescriptible, no había más presión ni expresiones de irritabilidad y dolor, solo verlo dormir y haber encontrado su calma, me devolvió nuevamente la confianza de estar haciendo bien mi trabajo.

Pasó el corto tiempo que nos quedaba, él abrió sus lindos ojos celestes, el color en sus mejillas volvían a ser rosado, la distensión se notaba en sus hombros, y con asombro medio adormilado me pregunta "¿qué me hiciste?!", me agradeció con un abrazo y salió.

La conferencia fue perfecta, no puedo acordarme de lo que dijo, o de que se trataba, yo estaba en las nubes flotando, me sentía como el San Gurú de la India Tibetana. ¡¡¡Soy la masajista del presidente!!! "Por un ratito". Su comitiva me agradeció y con asombro preguntaban "¿qué le hiciste?!".

El helicóptero se lo llevó y desde ese momento y por los siguientes tres meses soñé y fantaseé que un séquito de guardaespaldas me buscaría para llevarme a la casa rosada a rescatar al presidente nuevamente.

Con remembranza y anhelo recuerdo esos grandes momentos y un reclamo crece dentro de mí, "cómo no me saque una selfie, sacando la lengua, al lado del presidente, mientras roncaba" eso si hubiera sido un cierre con moño.